El tributo a Krishnamurti

El hecho de estar en el elegido mundo en el que habitas, es lo que te acerca a la esmerada estancia en el íntegro estado de ser que se incorpora a la lección de la acción consciente en El Creador Dios a partir de la energía presente en el vínculo con el elaborado y especial, elegido y presente estado de SER.
La llamada que tu ser establece es la que te esclarece toda la aparente e inofensiva acción del ego en tu mente. Toda la esmerada acción tendiente a establecer una falsa identidad de tu ser, es lo que te incluye en una incorporación en la que el sentido de tu vida pierde todo significado al oscurecer tu Luz y al presentar tu existencia como el especial y necesario estado en el que tú no eres responsable de lo que ocurre en tu entorno, siendo precisamente éste el que te limita, te oprime, se opone a ti y a tus planes; convirtiéndose así en el primer enemigo que debes vencer para llegar a ser lo que consideras que deberías ser. La mente te coloca en una posición en la que tú te opones a lo que consideras está presente en tu experiencia y esa misma mente no te toma en consideración, por ser ese entorno el que dicta las pautas y el comportamiento de todos los seres presentes en tu vida.
El cambio de mentalidad que implica ser el responsable, el principal autor de la necesaria estadía de tu ser en el plano en que te encuentras, es la que te dice que no puedes estar a merced de lo que sucede en tu entorno. El primer paso en lo que representa un cambio en la percepción comienza con el reconocimiento de que el observador es aquel que presencia el entorno y saca de él la conclusión que le sirve para entenderlo. El hecho de poder ver el mundo coloca al observador en el lugar de testigo pero al mismo tiempo forma parte del ámbito de lo observado, ya que sin su presencia todo lo demás no podría ser, ni existir y ni siquiera podría contar con alguien que lo pudiese documentar.
El observador es, por lo tanto, el ser que ve el entorno, lo traduce, lo interpreta y le da un sentido en su mente. El problema es que al entrar en su mente, el ser condiciona su visión y esta sufre la limitación que crean las creencias, las opiniones, el pasado, las memorias, los miedos, las expectativas, las ilusiones, las carencias, en fin, todo esto se convierte en un verdadero filtro que procesa la observación y la traduce en un esmerado producto que pueda ser entendido, asimilado, digerido y utilizado por el observador. El hecho de tener un observador que contiene en su mente todo un cúmulo de conocimientos, experiencias, identidad y necesidades, es lo que hace que lo observado tenga un especial sentido que muy bien podría ser completamente diferente para otro observador del mismo hecho observado.
Esta es la razón por la que el observador termina viendo sólo lo que su mente le muestra y esto no es necesariamente lo que ocurre al exterior. La percepción es el activador de todo lo que se encuentra presente en la mente del observador. De allí que podemos concluir, como bien lo dice el maestro Jiddu Krishnamurti que “el observador es lo observado”, ya que lo observado es el activador de lo que se encuentra en la mente del observador, y es ese mismo observador el que, a partir de su experiencia, le asigna un significado un concepto, una etiqueta, una interpretación; a lo que se encuentra al exterior de él.
El ser que se integra como observador con lo observado es, por lo tanto, el ser que toma como referencia el entorno y se mira a sí mismo a través del espejo de lo que representa su ubicación, el lugar donde vive, su familia, su trabajo y sus compañeros de trabajo, sus amistades, en fin, todo el universo de sus relaciones que lo colocan frente a la realidad ineludible de que todo esto es parte de él. Es cada pieza del rompecabezas de tu existencia, el cuadro total y único de tu elegida estadía en este plano. El especial encuentro con cada pieza de tu rompecabezas es lo que te convierte en un ser que no está limitado por la frontera de su entidad física, y es el total del rompecabezas, la esfera que asume la realidad última del observador.
El hecho de poder afirmar que «el observador es lo observado», es lo que ahora nos permite ir más lejos aún al decir que tu ser es en realidad todo lo que tu observación abarca, y lo que veas es, por lo tanto, tu especial y única realidad en el presente.
¡Es así!
VÍCTOR
Jiddu Krishnamurti contando chistes.
Quienes tuvieron el placer de tratar a K le escucharon contar historias divertidas, chistes e infinidad de anécdotas. K nunca se hizo pasar por autor de las cosas cómicas que contaba. Las fuentes de algunos de sus cuentos se remontan a la literatura zen. Pero él los modificaba un poco. Empleaba los chistes y las historias ajenas para instruir y despertar a cuantos buscaban su consejo así como para aclarar aspectos difíciles de sus enseñanzas. En sus horas de ocio en Colombo, vimos a K leer un libro de chistes. A K le encantaba el humor de Mark Twain y pude comprobar que en la biblioteca personal que tenía en Arya Vihar, en Ojai, tenía varios libros de este gran humorista norteamericano. Algunas de sus historias no se basaban en hechos pero eso no tenía ninguna importancia porque su propósito era transmitir un mensaje.
K disfrutaba contando historias en las que se describían comportamientos personales que no estaban de acuerdo con los principios morales reconocidos. He aquí un buen ejemplo:
Dos monjes que habían hecho votos de abstinencia sexual absoluta, de pensamiento, palabra y hecho, regresaban lentamente a su monasterio después de haber ido a un funeral. El monje más anciano iba delante del joven novicio que llevaba en una bolsa de cuero las monedas que les habían dado por oficiar el funeral. Al pasar delante del prostíbulo del pueblo, el joven novicio dijo entusiasmado:
«¿Vamos a ver a la prostituta del pueblo y a gastarnos lo que hemos ganado?»
Presa del asombro y el disgusto, el monje más anciano reprendió al joven novicio:
«¡Avergüénzate! ¿Acaso no sabes que no deberías tener estos pensamientos? Además, no tenemos dinero suficiente para eso».
Otra historia también se refiere a dos monjes que habían hecho votos de castidad y abstinencia absoluta de pensamiento, palabra y hecho. Partieron juntos en un largo viaje durante el cual debían recorrer a pie poblados, bosques y tierras pantanosas. Se disponían a cruzar un río con una fuerte corriente cuando se les presentó una atractiva muchacha y les pidió que la ayudasen a cruzar.
«Márchate» le gritó el monje joven, «porque hemos hecho promesa de no tener tratos con mujeres».
«Os ruego que me ayudéis» sollozó la muchacha.
Al oír esto, el monje más anciano la alzó en brazos y vadeó el río de rápida corriente. Cuando hubo cruzado, la mujer le agradeció el favor y se marchó. Concluido el incidente, el monje joven se pasó varios días criticando la conducta del más anciano. Se quejaba muy airado:
«Has tenido una conducta impropia al tocar el cuerpo de una mujer».
El monje más anciano le espetó:
«¡Yo dejé a esa mujer en la orilla del río pero tú sigues llevándola en brazos!»
Esta historia ilustra la mente poco casta del joven monje que seguía turbado por un hecho inocente que pertenecía al pasado. Según K, la verdadera castidad consiste en estar libres de la formación de imágenes y su almacenamiento en el espíritu. Por lo tanto, su idea de la castidad estaba muy alejada de la actitud tradicional que insiste en evitar todo contacto con el sexo opuesto.
Un día, mientras K y yo almorzábamos en Gstaad, Suiza, me preguntó con curiosidad qué lugares de interés cultural había visitado en mis vacaciones de verano en Roma. Le comenté que lo más interesante de mi viaje había sido el día que pasé inspeccionando los estantes de la maravillosa Biblioteca Apostólica Vaticana. Le describí con entusiasmo los antiguos manuscritos, los primeros libros impresos y otros tesoros de esta institución. Le referí a K que los administradores de esa gran biblioteca habían aceptado agradecidos algunos libros que yo había escrito sobre sus enseñanzas. También les regalé algunos libros de K que fueron muy bien recibidos. «Será muy divertido» dije, «cuestionar sus creencias y dogmas y sacudir los cimientos mismos de la Iglesia Católica Romana. ¿No le parece necesario estimular a los teólogos a que lean libros relacionados con sus enseñanzas?»
K me preguntó: «¿De veras están interesados?»
Le contesté: «Pues tenemos que hacer que se interesen. ¿Cree usted que al Papa le interesaría asistir a sus charlas?» La ingenuidad de mi pregunta lo sorprendió. Me lanzó una mirada incrédula y me dijo: «¿El Papa en Saanen? No lo creo probable». De inmediato, K se puso a hablar de las magníficas obras de arte que había visto en el Vaticano. Me dio la impresión de que no había tenido una audiencia con ningún Papa, pero me comentó que Juan Pablo I muy sonriente lo había saludado con la mano. K sentía una simpatía especial por ese Papa, al que describía como «un hombre amistoso». K lamentaba que hubiera muerto repentinamente después de un breve reinado. Muy divertido, K me contó esta historia:
Encontraron a un mendigo harapiento orando en la Capilla Sixtina, la capilla del Papa, decorada con frescos de Miguel Ángel y otros pintores. El Papa notó enseguida la presencia del mendigo y de inmediato manifestó su fastidio. «¿Quién es ese hombre que está ahí arrodillado? No lleva la ropa adecuada». El Papa ordenó al mendigo que abandonara de inmediato la Capilla Sixtina. El hombre tuvo que obedecer. El mendigo se sintió decepcionado por el rechazo del Papa, pues para él, que era muy devoto, aquello casi equivalía a haber sido excomulgado de la Iglesia Católica. Regresó a la sórdida habitación que ocupaba en un barrio bajo de Roma. Y en la soledad y el silencio de su cuarto se arrodilló para rezar. De repente, Dios se le apareció en persona. El pobre hombre no daba crédito a sus ojos al ver al Todopoderoso en todo Su esplendor. Dios se dirigió a él amorosamente y le preguntó:
«¿Cuál es tu problema?»
«Mi problema» le contestó, «es que me echaron del Vaticano».
«No te preocupes» le dijo Dios, «porque a mí tampoco me dejan entrar».
A K le gustaban los chistes y las anécdotas de Jesús y, sobre todo, de misioneros que viajan a países lejanos con la intención de convertir al cristianismo a los paganos que se niegan a reconocer al Dios de la Biblia.
Una de sus historias preferidas era la de un misionero que ponía gran celo en su trabajo e intentaba predicar los evangelios a un grupo de caníbales. A los caníbales les molestó tanto su actitud desdeñosa que decidieron comérselo para la cena. Se disponían a freír al misionero en una olla de aceite hirviente.
«Por favor, no me comáis pidió el misionero asustado».
«Lo que uno come» filosofó uno de los caníbales, «es cuestión de gustos. A ti te encanta comer carne de vaca y nosotros preferimos la de misionero. »
Susanaga Weeraperuma
KRISHNAMURTI TAL COMO LE CONOCÍ
Traducción de Celia Filipetto
Verdaguer, 1 08786 Capellades (Barcelona)
http://seaunaluzparaustedmismo.blogspot.com/
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